viernes, 29 de junio de 2012

#CookJesusDay: Dulce blasfemia

Qué placer poder dar rienda suelta a mis capacidades culinarias y a la vez hacer un poco de activismo ateo.

Mi querido Andrés Diplotti lanzaba esta propuesta el 1 de junio a raíz de la celebración del juicio a Javier Krahe (del que, afortunadamente, salió absuelto) por su famoso vídeo de cómo cocinar a un Cristo.

Por lo visto el sentido del humor y la sátira son grandes ofensas religiosas (y dañinas para el alma, como decía aquel monje en El Nombre de la Rosa). ¿Por qué puede uno reírse del presidente del gobierno, del ministro inútil de turno o de la familia real y no de la religión?

Lo hicimos con Mahoma y Cristo no se va a ir de rositas.

He aquí mi pequeña aportación, sírvanse de la receta:



P.D.: Si, por otra parte, deciden hacerlas en forma de Niño Jesús, manténganlas lejos de los curas. Ya sabemos que les gustan demasiado los niños.

viernes, 22 de junio de 2012

Con tacones y a lo loco: una de chicas y ciencia

Decidí hacerme ingeniera desde bien pequeñita, y la culpa la tuvo mi hermano mayor (si no toda, una buena parte). Mientras yo jugaba con mis nenucos él tenía coches teledirigidos, walkie-talkies, retroexcavadoras, camiones, tentes... Los nenucos estaban bien (nunca fui una niña de barbies, lo siento), pero las máquinas, circuitos y chismes me llamaban más la atención, daban un mayor juego.

Un buen día, jugando con los niños del pueblo, descubrimos un saco de cemento sin vigilar... ¡un tesoro!
No se nos ocurrió otra cosa que coger un poquito y hacer una piscina en miniatura, ya veríamos para qué luego.
En plena efervescencia infantil, con las manos llenas de masa de cemento y las rodillas hechas polvo me dieron el primer mazazo de mi vida: eso no es una cosa de chicas. No fueron los niños, ya que jugaba con ellos como una más, sino la abuela de uno de ellos. Al verme jugar sola con todos aquellos chiquillos algo le hizo pensar que aquello estaba mal, porque me estaba ensuciando como ellos y estaba ayudándoles a construir algo... ¡estaba haciendo cosas de chicos!

Creo que no es necesario que diga que no me fui, que seguí ayudando a levantar esos mini muros hasta que todo fue estable y estuvimos seguros de que el agua no se escaparía. Pero tampoco dejé de darle vueltas a lo que aquella señora me había dicho: una niña no debería jugar así, aquello no era para ella.
Cuando llegué a casa se lo dije a mi madre, quería saber su opinión. Se enfadó mucho, muchísimo. Su hija podía jugar a lo que quisiera, si se ensuciaba para eso estaba la lavadora y si quería hacer cosas de niños que las hiciera, eso no le iba a impedir vestirse de princesa cuando le diera la gana.

Pero me estoy desviando. Lo que quería transmitiros es que si aprendí a amar la ciencia (la ciencia aplicada, pero ciencia al fin y al cabo) fue porque vi que con ella podría hacer todo lo que me gustaba y podría entender aquellas cosas que me fascinaban.
Podría entender por qué el mando de la tele no funcionaba después de desmontarlo y volver a montarlo, o por qué los puentes no se caen y los aviones pueden volar.

La ciencia no me gusta porque sea una cosa de chicos o de chicas, tampoco me gusta porque sea molona o sexy. La ciencia me gusta porque me ayuda a comprender cómo funciona el mundo que me rodea.

Lo que me llamó la atención de mi carrera no fueron los chicos o el hecho de poder ir al trabajo en tacones y minifalda. Solo quería saber por qué los túneles no se ciegan y cómo llega la electricidad a mi casa, entre otras cosas.

Y es por eso por lo que no entiendo esta campaña de la Comisión Europea, Science: It's a girl thing.
En la cual, viendo el vídeo promocional, parece que la ciencia solo enseñe a las chicas a entender cómo se hacen los cosméticos.



Ni rastro de lo que la ciencia puede ofrecer, ni rastro de curiosidad, pasión o desafío. ¡Ni siquiera una chica con casco! Recurso muy socorrido en estos casos.
Solo chicas guapísimas provocando con sus minifaldas y tacones al guaperas con gafas de turno y cosméticos.
El vídeo parece decir ¡Haz ciencia y sabrás fabricarte tus propios pintalabios y sombras de ojos!

En lugar de una campaña para fomentar la ciencia entre las jóvenes parece todo lo contrario: una campaña para fomentar la ciencia entre los chicos. Venid y veréis qué de tías buenas os encontraréis.

El problema no es que no nos atrevamos con la ciencia, sino que nos es muy difícil quedarnos hasta el final. Todavía es incompatible una carrera de ciencias con la maternidad.
De cobrar lo mismo que nuestros compañeros ya ni hablamos.

Solo espero que los cerebros poco agraciados de los que salió esta campaña, así como aquellos que la dieron de paso no vuelvan a tener ideas tan brillantes.

Shame on you.

viernes, 15 de junio de 2012

Quinto aniversario: ¡trabajad para mí!

Este blog está a puntito de celebrar su quinto aniversario (cinco años ya, ¡cómo pasa el tiempo!), empecé con esto del interné allá por agosto del 2007, casi un año después de haber empezado en la universidad.

Era joven e inexperta, si veis lo que escribía por entonces os daréis cuenta. Pero, y a pesar de los periodos de sequía creativa, el blog ha ido evolucionando conmigo. El blog me ayudó con las asignaturas que más me gustan (y las que más me costaron en su día), con cada entrada temática fui fijando conceptos que ya no se me olvidaron más. También a través de él he ido entablando amistad con varios colegas que se pasaron en algún momento a comentar (corrigiendo, animando, algunos quizá trolleando).

Últimamente quizá me haya desviado de los temas que solía tratar con anterioridad, me he dejado seducir por el lado oscuro del escepticismo, el cual también me ha traído muchas alegrías y muchos amigos nuevos.
Es curioso: un día encuentras que hay gente que hace lo mismo que tú cuando tus amigos te dicen aquello de a mí me funciona, pero a lo bestia y para todos los públicos. ¡Pues hacedme un hueco, que voy!

También he metido la cabezota en otros proyectos internetiles: Escéptica es uno de ellos y, más recientemente, Hablando de Ciencia (donde todavía no me he estrenado, pero prometo que pronto lo haré).
Para mí sería inimaginable hace cinco años participar en otros blogs tan importantes y molones como los mencionados, pero parece ser que algunas de las combinaciones de teclas que aporreo tienen algún sentido.
Gracias Daniela y Rubén por confiar en mí.

Pero a lo que iba: como estamos de celebración, ¿qué mejor que organizar un concurso como los de la tele?
Aquí no habrá coches ni apartamentos en Torrevieja, que con la crisis la cosa está muy malita. Pero sí habrá premio, y lo más personalizado que pueda (no, no va a ser un retrato de macarrones, tranquilos).

¿Cómo se puede participar?

Muy sencillo: quiero que escribas para mí, lo que se conoce como post invitado. Una entrada de no más de 2000 palabras, de temática libre siempre que se ajuste más o menos al blog: ciencia, energía, tecnología, escepticismo... hasta feminismo, lo que se te ocurra.

Ni que decir tiene que el post pasará mi filtro censor y si no me gusta no se publicará (ya os he dicho que en este blog no existe eso que vosotros llamáis democracia).
Puede ir acompañado de fotos o no, a vuestra elección; si ponéis fotos, que tengan licencia Creative Commons en la medida de lo posible.

El plazo para el envío y publicación de las entradas se abre tras la publicación de este post y se mantendrá abierto hasta el 10 de agosto. Una vez todos los posts estén publicados, se hará un post recopilatorio y los lectores podrán votar los tres que más les hayan gustado (mi voto valdrá por dos, que para eso es mi blog). El plazo de votación será de cinco días.

Una vez hecha la votación, se darán a conocer los tres posts más votados y el ganador se llevará un regalo (que todavía estoy pensando) y mi sello de aprobación.

Para participar solo tenéis que enviarme un correo electrónico con el asunto "Concurso quinto aniversario" a la siguiente dirección de correo electrónico:


Para dudas, patrocinios, comentarios jocosos y fotos de gatitos monos, también atiendo en la dirección de correo anterior.
Para insultos y amenazas no solo no contestaré sino que pondré tu dirección de correo electrónico a disposición de todas las páginas de spam de Internet, y quizá también en las de contactos más turbias.

¡Vamos! ¡Enviadme vuestras creaciones y ganaos mi respeto!

domingo, 3 de junio de 2012

Ideas contagiosas

Me prometí a mí misma que jamás hablaría de este tema aquí, y estaba más que convencida de que tampoco lo haría en ninguna otra parte de manera extensa y calmada. Pero aquí estoy, aporreando el teclado y leyendo conversaciones aquí y allá, sin dar crédito a mucho de lo que leo.

En este post no va a haber nombres, tampoco enlaces ni acusaciones directas. Primero, porque no me da la gana y segundo porque los aludidos se identificarán enseguida. Un posible tercer punto es que no me apetece ser el blanco de las iras de nadie (así que os podéis ir ahorrando los comentarios ofensivos: en este blog no hay libertad de expresión y no toleraré ni un solo insulto hacia mí o hacia otra persona, por muy lejana que sea), con una loca del ascensor tenemos suficiente, ¿no?

Dicho todo esto, empiezo:

Como mujer y desde mi pubertad, siempre he tenido que escuchar  cosas como "cuidado con los hombres", "no vayas con desconocidos", "que alguien te acompañe", etc.
A pesar de todas esas advertencias, casi nunca me he sentido insegura en compañía de un hombre, tampoco he sentido que fuera a perder el control de la situación; y sin embargo, unas pocas veces me he sentido como un trozo de carne al que un animal hambriento y furioso iba a devorar.
Ir por la calle y que alguien te mire es algo normal, nunca me he escandalizado por eso y nunca lo haré. Tampoco me escandalizo si alguien me llama guapa por la calle (no suele ocurrir, pero algún miope de vez en cuando cae), o incluso si me dice "tía buena" o algo similar. Las personas se atraen, y también sexualmente, eso lo entiendo y lo tolero.

Me resulta ya un poco más incómodo el que te describan a voz en grito, en la calle, las guarreridas que les gustaría hacerte. Eso también puedo tolerarlo e incluso ignorarlo y seguir caminando.

Luego ya viene cuando te siguen por la calle a menos de un metro de distancia, en ese momento agarras el móvil por si hay que llamar (aunque no confías en que te dé tiempo) y una llave por si hay que defenderse (aunque tampoco confías en que los reflejos, afectados por el miedo, te permitan algo más que temblar y gritar muy fuerte). Por suerte te has cruzado con otra persona y no ha pasado nada, entras en el portal muerta de miedo, pero nada más.

Son las cuatro de la mañana de un sábado y vuelves a casa después de una noche jugando a rol con los amigos (sí, yo hago eso: no fumo ni bebo, no salgo a discotecas). Aparcas el coche y sales normalmente. No te has vestido especialmente provocativa: ni escote ni ropa ajustada, unos vaqueros y una camiseta holgados; total, solo has ido a jugar con los amigos.
De pronto, a unos 10 metros ves que alguien sale de detrás de un coche y te silba. Es un completo desconocido y a esas horas lo primero que piensas es que quiere tu coche o a tí. Sales andando lo más rápido que puedes sin correr, no debe notar tu pánico o estás jodida. Aciertas a abrir el portal a duras penas y corres al ascensor. Otra vez te has librado, a partir de ahora llevarás siempre el cierre de seguridad del coche puesto y mirarás bien toda la calle antes de salir de él, con las llaves y el teléfono preparados.

Esta sensación continua de inseguridad es lo que una mujer sufre durante toda su vida. No me considero paranoica, pocas veces desconfío de alguien. Soy muy poco sociable, pero si alguien me saluda por la calle, aunque sea un perfecto desconocido, devuelvo el saludo y quizá una sonrisa, quién sabe.

Ni que decir tiene que no considero como acoso o abuso el hecho de que un hombre, conocido o desconocido, me diga que quiere tener sexo conmigo, al menos si lo hace de manera educada y está dispuesto a aceptar el no por respuesta.
Pero no voy a negar que hay situaciones en las que me sentiría realmente incómoda si un hombre mostrase interés sexual en mí. En un callejón oscuro, por ejemplo. O en un ascensor, a solas, a las cuatro de la mañana y a miles de kilómetros de mi casa. Llamadme histérica, pero como mínimo me pondría tensa.

Imagináos que os cuento todo esto: mirad lo que me ha pasado, acojona un poco, ¿verdad? Si alguna vez os pasa algo parecido, chicos, procurad no hacerlo, es incómodo.
No os estoy llamando violadores en potencia, tampoco os estoy pidiendo que empaticéis conmigo, solo estoy sugiriendo que evitéis un comportamiento que puede ser desagradable (tanto para vosotros si la chica empieza a gritar cuando tú solo querías un café, como para la chica por el susto que se va a llevar).
Pero vosotros os lo tomáis realmente mal porque pensáis que he hecho todo lo contrario de lo que describo en las tres líneas anteriores. Me llamáis reprimida, porque tía, él solo se te estaba declarando, ¿por qué montas un drama si no te pasó nada?, o las mujeres árabes con sus burkas deben estar preocupadísimas porque un hombre te ha pedido sexo en un ascensor.
Entonces todo se va de madre y no solo vosotros, mis amigos, me recrimináis por contaroslo, vuestros amigos a los que no conozco de nada también lo hacen. Y me llaman puta, porque seguro que yo iba provocando y la culpa fue mía, o calienta braguetas, porque dejé al pobre hombre con una erección del carajo después de provocarle, o loca histérica, porque no es para tanto y deberían preocuparme más las mujeres árabes que visten burkas que mi integridad física en un momento determinado.
Y de esta manera, al más puro estilo del juego del teléfono roto, la bola de mierda llega a tal magnitud que salpica a todas mis amigas y simpatizantes y se les acaba tratando igual que a mí.

Eres una loca histérica, no razonas y a partir de ahora, y solo por este hecho aislado, voy a juzgar todas tus propuestas futuras y llegar a la conclusión de que nada de lo que dices debe ser tenido en cuenta.

Pero esa experiencia desagradable pasa, hacemos las paces, todo vuelve a la normalidad. Seguimos quedando para tomar un café, hablamos...
Un buen día queréis montar una fiesta de disfraces a la que acuda mucha, mucha gente. Me gusta la idea y os ofrezco mi ayuda con las invitaciones. De hecho, conozco a alguien que tiene una tienda de disfraces y se los puede dejar a la gente que quiera ir pero que no tenga uno. A todos nos parece una estupenda idea.
Pero unas semanas antes de la fiesta, alguien vuelve a sacar el tema del ascensor, y como en la fiesta va a haber ascensores teméis que las chicas no quieran venir porque conocen mi mala experiencia con ellos.
Entonces vuelve a montarse un lío del carajo: me echáis la culpa de que las chicas no quieran venir porque se van a sentir incómodas por la presencia de los ascensores, porque una vez yo tuve un problema en un ascensor.

Como, por lo visto, tengo la culpa de que las chicas no quieran ir (aunque las he invitado yo y les he dado disfraces) y no voy a ser bienvenida a la fiesta, os comunico que ya no me apetece ir a la fiesta porque no me voy a sentir cómoda.
Que os diga que no voy a ir a la fiesta (el resto de chicas invitadas por mí pueden ir y pueden seguir llevando los disfraces que yo les dejé) os sienta muy mal y creéis que os estoy boicoteando, porque soy una resentida.
Otro lío del carajo, no gano para disgustos.

Ese lío del carajo que montáis vosotros vuelve a salpicar mierda a kilómetros de distancia, a otras chicas que van a ir a otra fiesta de disfraces en otro país diferente y que nunca han tenido ningún problema con los chicos que la organizan ni con los ascensores.
Pero los organizadores se sienten identificados con vosotros y se sienten amenazados por esas chicas histéricas que no saben ir a una fiesta de disfraces donde va a haber ascensores.

Malditas histéricas. Que vengan solo las que puedan soportar los ascensores, no los vamos a quitar ahora.