lunes, 2 de julio de 2012

Post invitado: El científico orejudo misterioso


Esta entrada participa en la celebración del quinto aniversaro de este blog. 
Su autor es Mr Clyde (@DrBonnieMrClyde en Twitter), como él mismo se define: la mitad de la cuenta que no tiene (aun) un doctorado.
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Hace unos días, pregunté a la Amable Dueña de esta santa casa cuál era la identidad de la científica que en tonos grises ilustra su margen derecho (el margen derecho del blog, no el de la Amable Dueña). De identidad desconocida, sí me pudo informar que  la fotografía sale de esta galería de Flickr de la Agencia de Prensa del Gobierno Israelí (de hecho se valorarán posibles informaciones que los leyentes de este blog puedan dar sobre esta cuestión). Mi pequeño subidón, ya verán ustedes qué tontería, vino revisando la galería en cuestión, cuando encontré otra foto en la que bajo el anodino (e incorrecto) epígrafe de “Ben Gurión inaugurando la Quinta Conferencia Internacional de Biológicas (sic)” veíamos como, en efecto, el padre del Estado de Israel  pronunciaba un discurso rodeado de lo que suponemos son los participantes de dicho congreso. Por lo que pude averiguar transcurrió del 13 al 20 de septiembre de 1959 en la Universidad Hebrea de Jerusalén: en inglés, hebreo, alemán y francés (toma Torre de Babel), en el 5º Congreso sobre Estandarización en Biología se abordaron cuestiones en el campo de la inmunología y virología, especialmente en lo que a puesta a punto de protocolos de detección de anticuerpos y vacunación se refieren.
Volviendo a la fotografía de marras, mientras Ben Gurión lee de pie su discurso de apertura todos científicos, perfectamente encorbatados, permanecen tras la mesa con la vista fija en el auditorio, atentos a sus palabras. Todos sentados menos uno, en la derecha de la fotografía, que la cámara pilló tras el atril tomando unas notas de última hora, adivino que tal vez para la charla que habría de dar a continuación. Debía ser un científico importante, para ser el primero en hablar tras Ben Gurión. Y algo excéntrico, por ser el único (¡junto con Ben Gurión!) en no llevar corbata (la evolución de la moda de los biólogos moleculares en el siglo XX es un tema interesante, pero la dejamos para el décimo aniversario del blog). También se aprecia que es corto en estatura y tiene unas orejas de tamaño generoso. Permítame el lector la maldad de esconderle la identidad del dueño de estos pabellones auditivos durante los minutos que tardará en llegar a la conclusión de este texto. Mientras llega ese momento, y a falta de enlaces a galerías israelíes de Flickr, les trataré de dibujar otras dos “fotos” de la carrera científica de nuestro orejudo protagonista, apenas dos anécdotas que no sólo perfilan al genio científico sino que retratan su particular carácter.
29 de Mayo de 1960. Instituto de Tecnología Californiano (CalTech para los amigos), Pasadena. Empieza a oscurecer en lo que había sido un agradable día de verano en California, y la menguante luz es ya insuficiente para iluminar los pasillos del centro de investigación, cuyas bombillas permanecen apagadas por la poca afluencia de personal. En concreto, en esa planta las luces de un solo laboratorio están encendidas. Dos figuras asimétricas aparecen de repente recortadas en la puerta, acarreando un objeto pesado con dificultad. La más pequeña canturrea feliz en inglés algo con un peculiar acento nasal que pone en peligro la integridad de su lengua cada vez que pronuncia una ese (“it waszh the magnesszhium, the magnesszhium!”): las orejas nos permiten reconocer a nuestro protagonista anónimo de la fotografía en el congreso en Jerusalén. El otro científico es bastante más alto y elegante en sus movimientos. También parece feliz, aunque está más nervioso que su compañero orejudo, que presa de su excitación tropieza, provocando un movimiento brusco del objeto que, ahora vemos, va lleno de agua que está a punto de derramarse. Una sonora maldición en francés (“Merde!”) resuena en el pasillo. Recuperados del susto, ambos retoman su marcha por el oscuro corredor con el pequeño baño repleto de agua (pues ese es el misterioso objeto, un baño de laboratorio lleno con varios litros de agua) hasta llegar al fondo donde una máquina de coca-cola les espera. Entre canturreos en inglés (“the magnesszhium”), maldiciones en francés apenas sofocadas y risas flojas, esconden el baño tras la máquina de coca-cola. Terminada la travesura, regresan al laboratorio. Las dos figuras acaban de probar experimentalmente el llamado “dogma central de la biología”, que todos estudiamos en el instituto (que establece que la información genética fluye desde el DNA, en el que está almacenada, pasando por el RNA hasta traducirse en proteínas, que son las estructuras bioquímicas que llevan a cabo de las funciones bioquímicas celulares). En una calurosa noche de California de 1960, dos humanos (uno francés, el otro con unas orejas muy grandes) vislumbraron por primera vez la columna vertebral de lo que es hoy la biología molecular, la que hoy nos permite, por poner dos sólo dos ejemplos, luchar contra el SIDA con retrovirales o fabricar insulina de forma segura. También acababan de esconcer un baño contaminado radiactivamente detrás de una máquina de coca-cola.
24 de Febrero de 1975. Centro de Conferencias de Asilomar. Asilomar, California. Más de un centenar de biólogos barbudos, casi ninguno en traje, reunidos en una sala de conferencias. Nuestro científico orejudo sube al escenario, y con una media sonrisa (de orejón a nariz) y esas eses raras suyas, anuncia que ha llevado a cabo el primer ensayo de bioseguridad de organismos genéticamente modificados. Gasps, ohhhs ahhhs y maigods generalizados en el auditorio. El anuncio es efectista pero el foro es el adecuado, pues los científicos se han reunido por primera vez para discutir las posibles implicaciones en seguridad que tiene la recién nacida técnica del DNA recombinante, en cristiano, poder meter genes de unas especies en otras. En el congreso, celebrado a puerta abierta para los medios de comunicación, es una iniciativa de los propios biólogos moleculares preocupados que el posible alcance de sus experimentos. Están aquellos que piensan que deberían limitarse los experimentos de transferencia genética hasta que la técnica se haya probado segura, y otros, entre los que se encuentra nuestro personaje orejudo, que piensan que la técnica es suficientemente segura. Pero volvamos al atril tras el que se acaba de anunciar ese primer ensayo de bioseguridad. Nuestro anónimo protagonista afirma sin perder su media sonrisa que el microorganismo modificado genéticamente es una bacteria intestinal, Escherichia coli, herramienta de investigación común, que ha sido consumida por vía oral en cantidades suficientes para demostrar su inocuidad. ¿Y qué organismo se ha empleado en la prueba: ratones, ratas, perros, macacos?, se preguntan los asistentes. “Humanszh”. La respuesta desata una nueva tormenta de comprensibles ohhhs, ahhhh y maigods. ¿Un ensayo sobre humanos sin supervisión de ninguna agencia gubernamental de una tecnología en pañales? En ese punto, la media sonrisa es ya sonrisa y media. “Well, not humanszh. Juszht one human. Me.”1

Las dos orejas protagonistas de este textito pertenecen a Sydney Brenner, judío (de origen ruso) sudafricano que obtuvo el Premio Nobel de Medicina en el año 2002, pero que ha hecho contribuciones a la biología molecular que con facilidad podrían haberle supuesto al menos otros dos nobeles más. En el año 53 se había descrito la estructura del DNA, inagurándose una nueva rama de la biología, la molecular, en la que aún quedaba todo por hacer. Y Brenner participó en casi todos los pasos. Trabajando con bacteriófagos en Cambridge con su amigo Francis Crick (sí, el de Watson y Crick, ambos nobeles), virus con apariencia de módulo lunar que infectan bacterias, con una serie de experimentos genéticos predijo correctamente que la unidad genética de traducción, el codón, estaba compuesto por tres bases nitrogenadas. (Primer Nobel). 2

En el otoño de 1959 coincidió con otro judío, esta vez de origen francés, François Jacob3 en una conferencia sobre una molécula de naturaleza lábil que podría servir de mensajero entre el DNA y las proteínas. Aunque no tengo el dato, CREO que esa conferencia pudo ser la de la fotografía que abre este texto, la de Jerusalén de Estandarización Biológica. Brenner se quedó con el toque, y en febrero del año siguiente, Crick, él y Jacob coincidieron en Cambridge, donde Brenner les contó que pensaba que ese mensajero podía ser un RNA que ya se había descrito en la literatura, pero sin asociarlo al proceso de traducción de DNA en proteínas. Juntos diseñaron una serie de experimentos para los que necesitaban una técnica de separación basada en gradientes de densidad por cloruro de cesio que tenía puesto a punto en CalTech Matthew Meselson4. Y allá se fueron a probar experimentalmente el dogma de la biología molecular (para que dejara de ser “dogma”, aunque finalmente se quedó con el nombre)5. En mi opinión, sólo este grupo de experimentos también eran merecedores de Nobel.
Durante los 60 y los 70, Brenner siguió explorando la biología molecular (y su prima práctica, la ingeniería genética) hasta que llegamos al 75 y Asilomar6. En el 79 le ascienden a director de su centro en Cambridge, puesto al que renunciaría unos años después en lo que es una muestra de genio e ingenio más: en un laboratorio nuevo, inaguró el uso de un nuevo organismo modelo, el nematodo Caernohabditis elegans, un pequeño gusanillo transparente con el que trabajan 30 años después más de 400 laboratorios en todo el mundo7. A la postre sería este nuevo campo (biología del desarrollo) en el que, junto al que fuera su postdoc John Sulston, le proporcionaría su Nobel en 2002.
Una última anécdota. Unos años después del incidente del baño radiactivo, Brenner volvió a Caltech para dar una charla.  Y sí, lo habéis adivinado. Pidió una Coca-cola.



1. Este truco fue repetido, con un tomate e igual éxito de crítica y público por José Miguel Mulet, en el Amazings de Bilbao de 2011.
2. Luego vendría el laborioso trabajo bioquímico con RNA polimerasas para descifrar el código genético (por el que se llevaría su Nobel el español Severo Ochoa, entre otros).
3. El nombre de François Jacob, célebre ateo, es más conocido por los trabajos sobre regulación genética que llevó a cabo en los siguientes años con el también francés Monod, y que les valió, exacto, lo habeis adivinado, el Nobel.
4. Matt Meselson, junto con Franklin Stahl, había puesto a punto dicha técnica de unos años antes para probar la hipótesis semiconservativa de replicación del DNA, en el llamado “experimento más bonito de la biología”, lo que les supondría, cómo no, el Nobel.
5. La idea del experimento era comprobar que los ribosomas de bacterias crecidas en medio con isótopos pesados de carbono y nitrógeno (C13 y N15) eran capaces de asociarse al RNA de los bacteriófagos (compuestos de carbono y nitrógeno no pesados). El problema es que en la reconstitución bioquímica de estos complejos se hacía en tras purificarlo en gradiente de cloruro de cesio. El cesio competía con el magnesio, que normalmente permitía la estabilización del complejo ribosoma-RNA mensajero. Tras casi un mes de intento fallidos, Brenner se dio cuenta que tenía que aumentar la cantidad de magnesio (it was the magnessium) para que el cesio no interfiriera, y en la última oportunidad que tenían, cuenta como Jacob estaba tan nervioso que contaminó con sonda radiactiva el baño que después escondieron tras la máquina expendedora.
6. Asilomar es un perro verde para cualquiera que esté interesado en la historia de la ingeniería genética en particular y de la ciencia en general. Es como si ahora los físicos del CERN, de manera unánime y sin intervención gubernamental, se reúnen a puertas abiertas para la prensa y tras tres días de charlas y mesas redondas deciden auto-imponerse una moratoria a los experimentos de varios años, porque ellos mismos no están seguros de que el aparato vaya a petar y salga un agujero negro y tal. Pues bien, Nobeles como Paul Berg y Watson consiguieron finalmente que los experimentos de transgénesis se frenaran en todo el mundo durante unos años por si acaso creábamos un superbicho que nos eliminaba a todos de la faz de la tierra. Algunos como Berg pensaron que, aunque después la tecnología se demostraría segura, Asilomar sirvió para transmitir un mensaje de responsabilidad a la ciudadanía. Watson se cambió de bando, y acabó opinando que los años de moratoria fueron años perdidos. Brenner, cuando le preguntaron en alguna ocasión sobre si pensaba que la nueva ciencia podía crear plagas, respondió “lo que pasa con esto es que, cuando se te ocurre un manera de matar gente, resulta que la naturaleza ya lo ha hecho, y mejor que tú”.
7. Caernohabditis elegans es una pequeña maravilla transparente de un milímetro que permite hacer cosas como las que Sulston hizo en los años 80: a partir del óvulo fecundado, seguir todas y cada una de las divisiones que acontencen durante el desarrollo embrionario de la microbestia hasta que emerge del huevo un majestuoso animal de 1031 (ni una más ni una menos) células, que tiene, entre otras características fantásticas está, la de ser hermafrodita, tener una espermateca (que es exactamente lo que sugiere ser) y poder modificarse genéticamente de manera tan sencilla como dándole de comer DNA (¿sabéis cuando nos reímos de los tecnófobos que se asustan de comer genes? Bueno, pues en un universo paralelo, todos somos gusanos nematodos y ellos tienen razón).